Negro. Y, de
repente, luz. Todos esos momentos pasaron en un abrir y cerrar de ojos
mientras los cirujanos se apelotonaban a mi alrededor para hacerme volver a la
vida.
Me llamo Emma
Jordán. Tengo quince años y nací un 27 de Diciembre en Huesca (España). Cuando
tan solo tenia tres años me operaron de luxación de cadera pero la
cosa no fue bastante bien y tras seis o siete operaciones más por fin aprendí a
caminar con ocho años.
Lo único que
recuerdo de las operaciones es verlo todo blanco y cuando menos te lo esperas
te hacen una pregunta estúpida estilo: ''¿Cuánto pesas?'' Y antes de que pueda
contestar todo se vuelve negro.
Ahora sigo haciéndome
esa pregunta día si, día también. ¿Cuánto peso? y antes de que pueda reaccionar
tras ver mi peso en la báscula la vi a ella. Ana. Desde ese momento supe que,
después de que esa pregunta fueran mis últimos pensamientos antes de caer en
coma, el resto de mi vida me preocuparía por contentarla.
Si, estuve en
coma en mi quinta intervención. Y esto fue lo que sucedió.
Todo era
maravilloso. Unas imponentes montañas se alzaban desde mis pies hasta rozar el
cielo claro y azul. Sin una nube. A sus pies un extenso valle frondoso y verde
con un río transparente y colorido a causa de la multitud de peces. Entré en la
cabaña como casa mía que era y me senté en el sofá frente la chimenea de piedra
y con un libro ''La historia interminable''. Detrás de mí y por toda la casa
las paredes estaban llenas de fotos y estanterías cargadas de libros que cada día
leía y releía. Era feliz. Hasta que un día un pájaro cantó junto a mi ventana.
Me extrañó porque los pájaros que vivían en esa zona nunca bajaban a mi cabaña.
Algo raro ocurría así que abrí la ventana…
Uno de mis
mayores errores fue abrir esa ventana. El cielo azul y despejado ahora se había
convertido en un torbellino de electricidad, nubes negras como el carbón y
truenos ruidosos como tambores. Enormes grietas rompían el cielo en pedazos. El
cielo se caía.
Nunca había visto
semejante belleza junta. Mis montañas, mi valle, los rayos, el cielo,… Todo era
tan bello que cuando salí al exterior alcé mi mano para rozar tal perfección,
cuando la electricidad me alcanzó antes.
Todo mi ser
estaba envuelto en dolor y rayos. La electricidad corría por mis venas como si
sangre fuera tan rápido como mi preciado río. Lo último que pensé antes de caer
rendida bajo la tormenta fue la perfección.
''Y, de repente,
luz.'' Me desperté con un fogonazo de luz en mis acaramelados ojos.
Estaba en una
habitación azul. Sobre una camilla de hospital. Nadie estaba esperando mi
regreso.
Miré por la
ventana y allí estaba. La perfección refugiándose del diluvio del exterior. Un
bonito periquito amarillo me piaba desde el otro lado de la ventana, tal como
el pájaro de mis sueños.
Ahora me tienen que volver a operar y sufro artrosis. Tomo tres pastillas cada ocho horas que me hacen marearme y vomitar.
Con un poco de suerte Ana siempre estará allí
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